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José María Andrés Sierra

Texto leído por el autor en la presentación del libro.

Texto leído por el autor en la presentación del libro.

Buenas tardes.Ya es la tercera vez que, no sé si por mi buena o mala cabeza, me veo en un sarao como éste y, en contra de lo que habitualmente suele decirse de que “a todo se acostumbra uno”, he de confesar que, como la excepción que confirma la regla, me siento casi igual de nervioso que la primera vez y, sin duda, al menos tan feliz y entusiasmado como entonces. Me siento feliz y también orgulloso y agradecido. Orgulloso de tener tantos y tan buenos amigos amigas y agradecido a todos vosotros por haber acudido a esta cita. Merece  y mucho la pena el esfuerzo de escribir un libro, sólo por verse uno tanto y tan bien acompañado . Gracias, pues, en primer lugar a todas y todos vosotros por vuestra compañía. Sin vuestra presencia aquí y vuestro cariño, este acto no tendría ninguna razón de ser. Continuando ya con los agradecimientos, quiero expresar también mi gratitud a los responsables de la FNAC, por habernos hecho un hueco dentro de su agenda de actividades. También quiero, cómo no, agradecer a la editorial UNALUNA y a Luis Ángel en particular, la confianza que ha depositado en mí, en este libro, así como en otros importantes proyectos, ya en camino, en los que estamos trabajando juntos.Quiero agradecerle no sólo su confianza en mí, sino también el esfuerzo que han hecho para conseguir la magnífica edición de este cuento.  Quiero agradecer también a toda mi familia sus continuos ánimos y, en especial, a Ana, mi mujer. Sin su apoyo y su aliento y sin sus atinadas observaciones nunca hubiera escrito ni publicado una sola página. Gracias, también, muy especiales a mi buen amigo José Luis Cebollada por haberme echado “un capotazo” estos últimos días cuando más lo necesitaba.Y, finalmente, gracias, por supuesto, a Fernando por la amabilidad que ha tenido presentado mi libro. Sé que son múltiples las actividades y compromisos a los que tiene que acudir, circunstancia que añade valor a este gesto. En cuanto al libro, si me lo permitís, me gustaría comentar brevemente un par de observaciones.La primera es cómo surgió. Para eso debo remontarme unos años atrás y fue de la siguiente manera.Al poco tiempo de nacer José María, mi primer hijo, decidí escribir un cuento para él. Lo que en un principio iba a ser un cuentecito de diez o doce páginas se convirtió en un cuento de más de cien páginas que con el tiempo, y como muchos de vosotros sabéis, fue mi primer libro y se publicó con el título de “El príncipe Infans y su Aya Basilisa”  Bien, como podéis imaginaros, escribir ciento y muchas páginas en ratos libres cuesta hacerlo una buena temporada y más a un escritor inexperto o novato como yo.Hubo, además, sucesos como la enfermedad y la muerte de mi padre que alargaron todavía más la conclusión de este mi primer libro.Ya tenía, pues, más de dos años Javier, mi segundo hijo, cuando yo continuaba escribiendo, cambiando, cortando, añadiendo y arreglando como podía y sabía mi primer libro, todo ello ante el nerviosismo de Ana, mi mujer, que no veía nunca acabada aquella eterna obra. Y llegó un momento en que su paciencia si no se había acabado, sí que había empezado a resentirse, así que un buen día ella se plantó con nuestros dos hijos en sus brazos ante la puerta del despacho donde yo estaba escribiendo y me dijo sonriente pero con inequívocas primeras intenciones: “Oye, Salustio, mira a ver si acabas de una vez el cuento porque tú todo es escribir y escribir y aquí quien se tiene que encargar de los dos chicos soy yo. A ver si por fin lo acabas para, al menos, poder leérselo a los niños.”Sería injusto si no reconociera que había muchas menos segundas intenciones en sus palabras de lo que a primera vista u oída pudiera parecer. Ya he dicho hace unos minutos que, si no fuera por ella, por su paciencia y sus ánimos, con total seguridad no estaríamos aquí en la presentación de este libro, pero, sin duda, creyó oportuno animarme a acabar el libro para así poder compartir con más frecuencia las alegrías y los sudores que proporcionan la crianza de dos hijos de corta edad.Bien. Ella me urgía a que acabara pronto, para poder leérselo a nuestros hijos y yo “recogí el guante”. Puesto que todavía no podía acabar a corto plazo el libro empezado, lo dejé momentáneamente y, sin decirle nada a ella, me puse a escribir otro cuento mucho más corto y apropiado para niños de la edad de nuestros hijos entonces.Ambienté el cuento, cuyo personaje principal era un pajarillo, en mi pueblo, en Molinos, concretamente en una finca de mi hermano llamada “el Curadero” entre gallinas, corderos y cosechadoras; saqué por entre medio a mi madre, para que mis hijos reconocieran a su abuela y lo titulé “El pajarillo travieso”.-“Ahí tienes”, le dije a mi mujer entre bromas, una vez que tuve el cuento acabado, “ya puedes leerles algo mío a nuestros chicos.”Por supuesto que se lo leyó y disfrutaron con él.Hace aproximadamente año y medio, Luis Ángel, el editor, que ya me conocía por haber publicado con él mi segundo libro, “El Emir”, me comentó su idea de sacar una colección de literatura infantil y juvenil y me propuso que escribiera yo un cuento que saldría como número uno de dicha colección.Recordé entonces el cuento del pajarillo que había escrito hacía varios años y que se adecuaba perfectamente a lo que la editorial UNALUNA quería.Di unos retoques al original y se lo entregué a Luis Ángel a quien encantó, aunque me recomendó algunos cambios y añadidos, entre ellos el de poner nombre al pajarillo protagonista del cuento.Mi mujer me sugirió el nombre de Cardelino. Más tarde me enteré de que a ella, de niña, sus vecinas la llamaban “Cardelina”. No lo dudé. A partir de ese momento, el pajarillo se llamó Cardelino, hice los retoques que Luis Ángel me sugirió y, a principios de este pasado verano, salió de imprenta este precioso libro.La segunda consideración que me gustaría exponeros brevemente tiene que ver, sobre todo, con la concepción que yo tengo de “literatura”, más que nada por llevar la contraria al último premio Príncipe de Asturias de las Letras, el escritor Paul Auster. Es muy posible que sea él quien tenga la razón, pero no hay guapo que deje pasar la ocasión y la audiencia que tengo hoy aquí y no la aproveche para poder llevar , en público y con público, la contraria a un famoso. Yo, por lo menos, no.Dice Paul Auster textualmente en su discurso de recepción del premio Príncipe de Asturias que “el arte es inútil” y que “el valor del arte –incluida, por supuesto la literatura - reside precisamente en su inutilidad”. Añade más adelante que “nunca un libro ha alimentado el estómago de un niño hambriento ni ha evitado que caiga una bomba sobre civiles inocentes.”Analizadas, así al pie de la letra estas afirmaciones,  tal y como da la impresión que él las hace,  puede decirse por esa misma razón que jamás una azada o un arado han sido útiles. Un libro, efectivamente, no alimenta, pero tampoco lo hace una azada. Sin embargo con la ayuda de la azada y del arado el hombre lleva alimentándose muchos siglos igual que pienso que un libro, que los libros, pueden ayudar al hombre a acabar de una vez por todas con el hambre y a que no vuelvan a caer jamás bombas sobre civiles inocentes. Continúa diciendo, pienso que contradiciendo sus primeros postulados, que no hay que olvidar que Hitler, por ejemplo, empezó siendo artista y que los dictadores y tiranos también leen libros. Pues bien, por la misma razón, si el arte y los libros pueden llevar a hombres a los extremos más profundos de la crueldad, ¿por qué no pueden llevarlos, igualmente, a polos diametralmente opuestos? Acertada o erróneamente, creo firmemente que el arte en general y la literatura en particular no pueden o no deben tener una finalidad única y exclusivamente artística, estética, o dicho de otro modo, creo que el arte y la literatura no sólo no deben tener como fin último únicamente el de crear la belleza inútil de la que habla Paul Auster y deleitar nuestros sentidos, sino que deben aspirar, también, a propagar, a transmitir, en la medida de sus posibilidades, unas pautas de comportamiento que fomenten el entendimiento y la convivencia pacífica entre todos los seres humanos, sin distinción de razas, creencias, ideas o culturas. El arte en general, en todas sus manifestaciones, y la literatura en particular deben difundir, utilizando la belleza y la manifestación artística como correa de transmisión,  todos aquellos mensajes que puedan mejorar las relaciones, individuales y colectivas, de los seres humanos, que fomenten la solidaridad y el compromiso social, que favorezcan la cultura, la libertad y la igualdad y que encaminen a la sociedad a un estado en el que se imponga una verdadera justicia social. El arte no debe olvidar esa función social para la que, creo, también ha nacido. Los cuentos, normalmente, ofrecen cuidadosamente escondidos dentro de la narración de unas peripecias más o menos divertidas o espectaculares, un mensaje, una moraleja que quien lo lee debe saber encontrar al acabar su lectura.En este sentido, yo no quería desaprovechar la oportunidad de poder dejar más o menos  veladas para mis hijos, puesto que en un principio para ellos iba escrito este cuento, tres sencillas lecciones que cualquier lector adulto encontrará sin problemas.La primera es que es bueno, incluso recomendable y necesario, pasarlo bien, disfrutar, divertirse, pero, eso sí, siendo cada uno responsable de sus actos en todo momento, independientemente de que haya una justicia que más tarde o más temprano nos pase factura.La segunda lección es la de la valentía del perdón. Perdonar, saber perdonar no es exclusivamente un acto de generosidad: es sobre todo un acto de valor, de hombría, de coraje.Y por último, la tercera lección que quise enviar a mis hijos fue la del inexcusable deber del agradecimiento.Esto es todo. No quiero entreteneros más.

Gracias

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