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José María Andrés Sierra

¡Déjalos que revienten!

  Hace ya tiempo escuché un chiste, al que no me atrevo a poner calificativos, que dice que cierta noche los miembros de una familia muy numerosa (cinco hijos, padre, madre y abuela) estaban sentados a la mesa para cenar un huevo frito y un poco de pan que era todo lo que había en la casa para comer. El padre  colocó el huevo frito en medio de la mesa, repartió un pequeño trozo de pan para cada miembro de la familia y dispuso que cada uno de ellos mojara con su pan en el huevo y luego, por riguroso turno, fueran haciéndolo todos los demás. Uno de los hijos, con una habilidad que no pasó desapercibida a uno de sus hermanos, hizo una pequeña trampa. “Padre, Pepito ha mojado dos veces seguidas”, acusó el hermano al infractor. El padre contestó imperturbable: “Déjalo que reviente”. No sé por qué, pero recordé este chiste viendo un noticiario de la televisión en el que nos informaban de que en casi todas las empresas que han hecho quiebra en Estados Unidos ha habido un “vivales” y “avispado” (amén de falto de escrúpulos) presidente, consejero o “vaya usted a saber” de la empresa que abandonó ésta antes de la debacle, o se fue tras ella, con “los riñones bien cubiertos”. Las cifras oscilaban entre los 100 y los 500 millones de euros. Una minucia si pensamos (todavía tengo que hacer estos cálculos para hacerme una idea exacta del asunto) que son, aproximadamente, entre veinte mil millones y más de ochenta mil millones de nuestras antiguas pesetas. Consideraciones aparte de tipo práctico o funcional (¿pretenderán gastarse ese dinero en calzado, ropa, comida y alguna cervecita, si viene al caso, como el resto de los mortales?), de tipo legal (¿son justas unas ganancias de esa magnitud?) o de tipo moral (¿cuánta hambre podría matarse con todos esos ceros?) a los que nos cuesta calcular estas cifras no nos queda otro remedio o consuelo, como se prefiera, que pensar como el padre de la familia del chiste: “¡Déjalos que revienten!”

 

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